Había un olor a estero un día de verano por la tarde
mientras la pesca...
mientras el salto solitario del pez robando al aire un insecto,
mientras el murmullo de álamos
y el canto de chicharras y loicas.
Había un sol caliente de media tarde,
un ejército de saltamontes en los pastizales secos
y una brisa fresca con aroma a higueras, eucaliptos y moras de vega.
Había la casa del abuelo,
almuerzos familiares,
una larga mesa a la sombra del parrón,
tardes de sandías, uvas, melones
y conversaciones de adultos.
Había días de niebla en las mañanas de otoño,
belleza en la lentitud de las horas,
en la dulce fragancia amaderada de la tierra
mientras el sol del mediodía,
antes de la bruma.
Tranquilos eran los días,
cuando las tardes se llenaban de humo de leña de espino
y un olor a té, pan tostado y mantequilla.
Simple era la hora de la alegría,
parecida a una tetera hirviendo sobre el bracero,
a sopaipillas pasadas en arrope
con un ligero toque de canela y cáscaras de naranja,
a la voz tranquila de un padre contando historias,
a un baño caliente y a sábanas frescas.
Había mañanas blancas cuando las heladas de invierno.
Opacas praderas escarchadas brillaron por un instante
bajo los pies de niños jugando,
mientras el sol.
Había los días de lluvia cuando los vientos del norte y de la costa
arriaban sus nubes para apastar sobre el valle.
Hermoso era el comienzo de un temporal
cantado por treiles,
cuando un último destello iluminaba el paisaje
y se asomaba un verdor intenso,
un horizonte de colinas violáceas y
una corona de montaña azul y puntas blancas.
Semejante a la paz fueron las lecturas de la tarde
en el arrullo de la lluvia y el silbido del viento.
Había mañanas de golondrinas en los días de primavera,
cuando los vientos del sur y de la cordillera devolvían las nubes al mar.
Cabían días enteros en aquellas mañanas,
cuando las palabras aventura y juego
eran la forma común de nombrar tantas cosas:
el inalcanzable punto de fuga de los rieles,
la colina coronada por las ruinas de una casa abandonada
y un jardín de árboles frutales,
un valle cruzado por un estero,
el susurro de insectos entre la hierba en flor,
el gorjeo de los pájaros en los humedales,
la persecución de libélulas a orillas de un río,
o la risa de niños persiguiendo volantines a la deriva.
Era sencilllo ser feliz en esos días.
Entonces llegó la noche y el sueño,
mientras el recuerdo de los días...
cuando se escribió la historia de la felicidad.