Te revelaste primero, frugal
como la sonrisa de un padre.
El momento, breve,
pero el corazón apañado.
La sabia, lenta, fluyendo con la vida a cuestas.
Te convertiste en una leyenda,
como las flores en el desierto de Atacama
que aparecen tras una lluvia cada cincuenta años,
pero que rápidamente pierden sus pétalos
con el viento cálido del sur.
Y yo aprendí a bailar
danzas submarinas.
Reflejos del sol sobre la espuma
y peces de colores
me enseñaban los pasos de la alegría.
Pero el agua se enturbia
cuando sólo necesitamos un poco más.
La luna no se refleja en el lago reseco.
La pareidolia muestra bordes resquebrajados.
La noche se despoja, suicida en la agonía.
Como el cuento de Aquiles y la tortuga,
tú avanzaste lento,
yo corrí como un loco,
cerré los ojos con fuerza desmedida
y me lancé para llegar a ti,
a sabiendas que la física antigua no lo permitiría.
Hoy los abro,
y dibujo pensamientos ya deshechos.
Perdido en un bosque desconocido,
te encuentro
te vislumbro
pero sin acercarme a tu paso desbocado.
Te busco, cabeza gacha.
Te busco, ojos bien abiertos,
pero la paradoja de Zenón me impide alcanzarte.