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El Retiro 2/3

Escrito por Erik | 30 octubre 2025
Un golpe en el hombro que lo obligaba a replantear su estrategia. Sabía que Lautaro era un fajador, pensó que con los primeros contragolpes le iría quitando fuerza a las embestidas. Pero, durante las primeras cuatro vueltas no fue capaz de responder a lo que Lautaro le proponía. Otro golpe, un gancho de derecha y el inmediato golpe al cuerpo. El primer abrazo, en el clinch Lautaro diciéndole “¡vamos!”. Le exigía una pelea justa, durante una fracción de segundo recordó a Crawford, como se aferraba a él, lleno de miedo a soltarlo. Lautaro empujándolo y la siguiente embestida. Rigo gritándole “¡suelta las manos, chico! ¡Muéstrale quién es el campeón!” Sintió la sangre brotando de su ceja izquierda, por primera vez era vulnerable. La sangre que no paraba a pesar de los coagulantes, las planchas no aliviaban el dolor, necesitaba ganarle a Lautaro en su propio juego, aprendiendo de lo que le proponía con sus golpes y movimientos. De las siguientes vueltas todavía se habla, del volado que mandó a Lautaro a la lona en el octavo, del clinch con el que se salvó Emilio en el noveno. Los intercambios en los que Emilio iba recortando poco a poco la desventaja. El asalto final y la pelea para cualquiera, los púgiles desfigurados y aun en el primer minuto un brutal intercambio, Emilio fajado notando la sonrisa en Lautaro, el volado, el uppercut, Lautaro sobre la lona. Emilio sin entender lo que había pasado. Rigo entrando al cuadrilátero, alzándole las manos. Durante su recuperación le decía a Rigo, “me dejó ganar, ese hijo de puta me dejó ganar”. Estaba completamente seguro, él tenía que saber que ese volado no lo iba a sorprender. Rigo no le prestaba atención o le decía “son las vueltas de campeonato, era su primera vez, seguro se dejó ganar por sus emociones”. Nadie le creía, intentó contactar a Lautaro, pero nunca lo atendió. Esa sonrisa la reconocía, era la misma que tenía Lautaro en su primera pelea, la misma que tenía él en la segunda. Caminaban de la mano, volvía a ver sus manos, los callos en los nudillos eran los únicos indicios de su pasado. Para Emilio saber pelear significaba que su vida se agilizase. El boxeo fue una forma de acelerar su mundo, con cada victoria, las esperas en los hospitales, los bancos, las calles se acortaban. Con la aceleración las expectativas también cambiaron. En vez de preguntarse, ¿me atenderán? Podía hablar, podía exigir “¡cuándo me van a atender!”. Ahora no sabía cómo llegar a esa seguridad, sus manos entrelazadas, pero no había necesidad de acelerar el paso.